viernes, 14 de diciembre de 2012

Let it be.


Y entonces empezó a sonar, una melodía a piano, ligera, sencilla, capaz de llegar a las entrañas de un caracol. Ella se estremeció, sonrió incluso. Le vino a la mente el olor a libros nuevos, el del césped, el de la pólvora. Un abrazo en el mejor momento, un beso con los que perder el sueño. Una imagen imborrable, el olor a leña, el sonido de los pájaros a las ocho de la mañana. La felicidad de un momento puntual, alguna lágrima de alegría. El giro de un CD mientras suena, la tenue luz del sol cuando empieza a aparecer, el parecido al sonido del mar al acercarte un vaso a la oreja. Barbies calvas, la abeja maya, oliver y benji. Tardes entre risas, tardes de besos, de caricias, tardes de lluvia, de lágrimas, tardes. Poesías sin rimas, canciones de un par de líneas. Dibujos por acabar, textos interminables. Música. Un amor. Una sonrisa. Una mirada. Una cámara vieja. Recuerdos.
Y solo le hizo falta tres minutos y medio de canción, para que media vida le viniese a la cabeza.
Para recordar al compás de alguna lágrima, que apartaban sus mejillas cuando sonreía.
Y es que ya lo decían ellos, lo que no valga la pena recordar, déjalo estar.


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