viernes, 14 de diciembre de 2012

Let it be.


Y entonces empezó a sonar, una melodía a piano, ligera, sencilla, capaz de llegar a las entrañas de un caracol. Ella se estremeció, sonrió incluso. Le vino a la mente el olor a libros nuevos, el del césped, el de la pólvora. Un abrazo en el mejor momento, un beso con los que perder el sueño. Una imagen imborrable, el olor a leña, el sonido de los pájaros a las ocho de la mañana. La felicidad de un momento puntual, alguna lágrima de alegría. El giro de un CD mientras suena, la tenue luz del sol cuando empieza a aparecer, el parecido al sonido del mar al acercarte un vaso a la oreja. Barbies calvas, la abeja maya, oliver y benji. Tardes entre risas, tardes de besos, de caricias, tardes de lluvia, de lágrimas, tardes. Poesías sin rimas, canciones de un par de líneas. Dibujos por acabar, textos interminables. Música. Un amor. Una sonrisa. Una mirada. Una cámara vieja. Recuerdos.
Y solo le hizo falta tres minutos y medio de canción, para que media vida le viniese a la cabeza.
Para recordar al compás de alguna lágrima, que apartaban sus mejillas cuando sonreía.
Y es que ya lo decían ellos, lo que no valga la pena recordar, déjalo estar.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

No eres menos, eres más de lo que ves.

Te miras en el espejo, y te echas a llorar. 
Niña, tú no eres la talla de tu sujetador, ni los centímetros de tu cintura, ni la longitud de tus piernas. No eres ese pequeño vestido ajustado que no te entra, ni esos zapatos caros. Tú no eres ese piercing en el ombligo, ni ese aro en la nariz. No eres esas gafas sin cristales, ni ese par de kilos de más o de menos. No estás hecha de maquillaje, ni de alcohol. No eres la definición de aquellos con los que te acuestas, ni de esas fiestas sin final. 
Eres esa manera de sonreír, esa tierna mirada, esa risa estúpida y escandalosa. Eres el amor que le tienes a la música, a la almohada, a los animales. Eres aquellos que te quieren, esa gente que no sería capaz de vivir sin ti. Eres ese color avellana de tus ojos, ese tono rosado de tus mejillas. 
Recuerda que siempre serás más de lo que veas en el cristal. 
Sonríele y demuestra que siempre hay más de lo que se ve a simple vista.
Porque siempre habrá alguien para el que serás perfecta.


Tú no, princesa, tú no. Tú eres distinta.

A mis diecisiete años, aún me pregunto, en que coño pensaba Walt Disney con sus cuentos de princesas; aquellas historias de perfección, con finales felices y cenas de ave. Cuál era el trauma, que le había llevado a comernos la cabeza a, mayoritariamente, todas las niñas del mundo.
Mi teoría es que aquel hombre, en principio era zoofílico; no había película, que los protagonistas no fueran animales parlantes, o que a la protagonista, básicamente, éstos, la acosaran; tipo blancanieves o cenicienta. 
Otra teoría es que era un hombre muy acomplejado; TODOS, repito, TODOS, y cada uno de los personajes eran, perfectos. El príncipe, la mongolita de turno, hasta los enanitos son monos, exceptuando al malote de la peli, está claro.
Pero lo peor, es que son todo historias sin ningún contratiempo; porque manzanas envenenadas, buah, yo como todos los días, convertir la cola de una sirena en piernas, puf, la moda en Valencia, y sin olvidarme de que cuando miento, me crece la nariz.
Pero lo peor es, que son finales felices. Y todos sabemos que esos escasean mucho. Porque si algo es verdaderamente bueno, no acaba.
En mi historia no hay animales que me hacen la cama, ni árboles que me dan consejo, ni lámparas mágicas que me concedan deseos, ni siquiera se volar con las orejas.
Lo que sí se es que aunque mi historia no sea una de las perfecciones más incrédulas de Walt Disney, la habré vivido yo, con quien quiero, y cómo quiero.