miércoles, 5 de diciembre de 2012

Tú no, princesa, tú no. Tú eres distinta.

A mis diecisiete años, aún me pregunto, en que coño pensaba Walt Disney con sus cuentos de princesas; aquellas historias de perfección, con finales felices y cenas de ave. Cuál era el trauma, que le había llevado a comernos la cabeza a, mayoritariamente, todas las niñas del mundo.
Mi teoría es que aquel hombre, en principio era zoofílico; no había película, que los protagonistas no fueran animales parlantes, o que a la protagonista, básicamente, éstos, la acosaran; tipo blancanieves o cenicienta. 
Otra teoría es que era un hombre muy acomplejado; TODOS, repito, TODOS, y cada uno de los personajes eran, perfectos. El príncipe, la mongolita de turno, hasta los enanitos son monos, exceptuando al malote de la peli, está claro.
Pero lo peor, es que son todo historias sin ningún contratiempo; porque manzanas envenenadas, buah, yo como todos los días, convertir la cola de una sirena en piernas, puf, la moda en Valencia, y sin olvidarme de que cuando miento, me crece la nariz.
Pero lo peor es, que son finales felices. Y todos sabemos que esos escasean mucho. Porque si algo es verdaderamente bueno, no acaba.
En mi historia no hay animales que me hacen la cama, ni árboles que me dan consejo, ni lámparas mágicas que me concedan deseos, ni siquiera se volar con las orejas.
Lo que sí se es que aunque mi historia no sea una de las perfecciones más incrédulas de Walt Disney, la habré vivido yo, con quien quiero, y cómo quiero.




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