martes, 20 de noviembre de 2012

Esnifaste las cenizas de mi tiempo, y lo hiciste tuyo.

Te conocí un día cualquiera, así, por casualidad. Quemaste mi tiempo, esnifando sus cenizas, haciéndolo tuyo. Eras todo lo que una cualquiera podía querer; algo de cariño y un par de besos. Te llevaste tus cosas a mi cabeza. Comías, dormías y vivías allí; no salías de casa.
Pronto encontraste un hogar mejor. Un hogar que no te cobraba el alquiler; sino que te pagaba por mudarte a allí, con caricias, sonrisas, y más de los besos que tú le dabas.
Y un día. Sin más. Te fuiste. Jamás supe el porque. Tampoco quise saberlo. No te merecías aquel hogar. Ni aquellas caricias. Ni aquellos besos. Ni a mí, quizás. 
Supe que no eras para mí, como no lo es el humo para la lluvia, como no lo son las lágrimas para una sonrisa de verdad. 
Te deje marchar; no escapar. 
Y siempre supe que sin ti, aquel hogar, siempre estuvo mejor.




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