Pronto encontraste un hogar mejor. Un hogar que no te cobraba el alquiler; sino que te pagaba por mudarte a allí, con caricias, sonrisas, y más de los besos que tú le dabas.
Y un día. Sin más. Te fuiste. Jamás supe el porque. Tampoco quise saberlo. No te merecías aquel hogar. Ni aquellas caricias. Ni aquellos besos. Ni a mí, quizás.
Supe que no eras para mí, como no lo es el humo para la lluvia, como no lo son las lágrimas para una sonrisa de verdad.
Te deje marchar; no escapar.
Y siempre supe que sin ti, aquel hogar, siempre estuvo mejor.
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